viernes, 16 de diciembre de 2011

Jazz en la Noche Bogotana

A finales de la década de los 60 el entretenimiento nocturno con música en vivo en Bogotá ofrecía solo dos opciones. Para los mayores, elegantes grilles con grandes bandas y grupos de intermedio y con oferta gastronómica internacional. Para los jóvenes estaban las discotecas, estimuladas por el recién llegado movimiento rock, que se concentro en el exclusivo sector de chapinero.

En medio de este danzante panorama, tímidamente surgieron dos bares, que entre las seis y las nueve ofrecían jazz en vivo. el primero fue el Chez DEdy, en la carrera séptima con calle 28, y el segundo el Fredys, en la calle 24 con décima. Allí empezaron a asistir personajes que pontificaban sobre Miles Davis y Jean Paul Sartre, o ejecutivos que encontraban un ambiente propicio para seducir . Tocaban músicos extranjeros traídos por los grandes hoteles. Teniendo en cuenta el horario vespertino de estos toques, los músicos incrementaban sus ingresos sin afectar las obligaciones de sus contratos. Los dos únicos colombianos que hicieron parte de ese incipiente movimiento jazzistico fueron el pianista Armando Manrique y el baterista Plinio Cordoba.

Ya en los años 70, en la calle 85 con carrera 15 (cuando la 15 todavía era de doble vía), Manrique se asocio con Herman Duplat y jorge Kruger para abrir el Hippocampus, legendario lugar que durante cinco años se constituyo en el santuario de la música en vivo en Bogotá. El local estaba inmerso en la atmósfera propia de un club de Jazz: luces tenues en el salón, mucho humo, y los músicos iluminados detrás de una barra. Músicos, actores, personajes de radio y televisión, artistas de todas las vertientes, políticos, publicistas y deportistas fueron clientes habituales y entusiastas de la música. Allí los standars, el Bossa Nova, la salsa y los boleros fueron el vehículo que condujeron músicos de todas latitudes, comandados por Armando Manrique.

El restaurante Doña Barbara vivió en la calle 81 con carrera 11 durante cuatro años. Mauricio Vasquez, su propietario, adopto criterios insólitos y novedosos, diametralmente opuestos a Hippocampus en cuanto a decoración y mobiliario, que posicionaron a Barbara como el lugar de moda en 1976. La música en vivo, interpretada por un dinamo cuarteto de Jazz eléctrico dirigido por Gabriel Rondon: el grupo cafe. El servicio no lo prestaban acartonados meseros de smoking sino hermosas jóvenes, en su mayoria extranjeras, que contagiadas por la musica atendían las mesas contoneándose ritmicamente. Barbara funciono exitosamente durante cuatro años, hasta que Vasquez decidio editar una revista tipo Playboy, en la cual aparecían las meseras como modelos. al llegar la revista al cuarto numero, el restaurante tuvo que ser vendido para cubrir los gastos del intrépido proyecto editorial.

A su regreso de los Estados Unidos Jean Galvis, extraordinaria pianista de Jazz bumanguesa, despues de tocar algun tiempo en Doña Barbara, decidio montar su propio club en la calle 91 con 14. Lo llamo El Jazz, y durante mas de dos años ofrecio un repertorio de standards y blues, interpretados magistralmente por el cuarteto que ella misma dirigia desde su teclado Fender Rhodes.


Muy cerca al Hippocampus en la calle 86, unos metros arriba de la 15. El pianista Gabriel Cuellar abrió La Cacerola. Con las mismas condiciones de espacio y decoración de Doña Barbara, presento todas las noches a su cuarteto de Jazz durante un año y medio. En una segunda etapa con nuevos dueños y nuevo nombre, en este local funciono el Watson Bar, donde regularmente se presentaban músicos de jazz alternando con agrupaciones que interpretaban la música de moda de finales de los 70.

Con el patrocinio de la empresa cervecera mas grande del país, en la carrera 11 con 86 nació La Pola. Su grupo insignia fue Boranda, integrado por jóvenes figuras que manejaban un repertorio y un formato novedoso catalogados dentro del jazz eléctrico. Juan Vicente Zambrano, Bernardo Ossa, Alejo Restrepo, Antonio Arnedo, Lisandro Zapata, Satoshi Takeishi y Gustavo Gallo, noche a noche, interpretaban rigurosa y escrupulosamente temas de Chick Corea y Herbie Hancock, así como algunos de su propia cosecha.

Diez años después del surgimiento en firme de la movida jazzística en Bogotá, su precursor Armando Manrique asociado con Álvaro Ruiz, Nick Camelo y Javier Aguilera abrió las puertas del Jazz Bar 93. Era un semisótano en el  Centro 93 con capacidad para cine personas. Diseñado con el mismo criterio del Hippocampus, fue un éxito rotundo. A pesar de la súbita e inesperada muerte de Manrique, el Jazz Bar 93 continuo funcionando durante cinco años gracias a pianistas como Pacho Sánchez, Guy Durossier, Juan Vicente Zambrano, Joe Madrid, Edy Martínez y Edgardo Bossio, quienes por temporadas ocuparon el lugar que dejo vacio el “gordo” Manrique.
En el sector de la calle 82, antes de que se convirtiera en la ruidosa Zona Rosa, Kant Biswell decidió montar el Café del Jazz a mediados de 1986. El grupo, en formato de sexteto, trabajo un repertorio de standards y latín jazz. El café, con un aforo de 80 personas, llegaba al tope de su capacidad casi todas las noches. En su calidad de guitarrista y propietario, Biswell compartió escenario con los pianistas Mario Henriquez y Joe Madrid, los saxofonistas Jaime Rodríguez y Michael Hornstein, los bajistas Armando Escobar, Memo Urbano, Fabio Gómez y Cesar Críales, los bateristas René Rodríguez, Germán Chavarriaga y Javier Aguilera y siempre como conguero, Gustavo Gallo. Cada noche se armaban jams en los que participaban experimentados músicos locales y foráneos y jóvenes instrumentistas que encontraban la ocasión de poner en práctica sus conocimientos recién adquiridos.

Entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 1993, en un local ubicado en el costado occidental de la Autopista Norte frente al monumento Los Héroes, Javier Aguilera puso a funcionar Zanzíbar, reiterando un viejo pero efectivo criterio: el trió de jazz rodeado por una barra, sin pista de baile. Armando Escobar y Javier Aguilera, fueron la base para pianistas como Jorge Guarín, Luis Felipe Basto, Arty López, Oscar Acevedo y Diego Moris. El trió de planta generalmente mutaba a cuarteto, quinteto o sexteto de acuerdo con el numero de músicos que arribaban cada noche. Estas situaciones fueron la causa de su corta vida, pues los interminables solos y las frenéticas ovaciones del público despertaban a los vecinos quienes no dudaron en instaurar una querella. Con Zanzíbar se cerró un primer ciclo durante el cual los jazzistas y jazzófilos tuvieron la oportunidad de disfrutar de jazz en vivo, todas las noches, en la ciudad de Bogotá.Muy cerca al Hippocampus en la calle 86, unos metros arriba de la 15. El pianista Gabriel Cuellar abrió La Cacerola. Con las mismas condiciones de espacio y decoración de Doña Barbara, presento todas las noches a su cuarteto de Jazz durante un año y medio. En una segunda etapa con nuevos dueños y nuevo nombre, en este local funciono el Watson Bar, donde regularmente se presentaban músicos de jazz alternando con agrupaciones que interpretaban la música de moda de finales de los 70.

Con el patrocinio de la empresa cervecera mas grande del país, en la carrera 11 con 86 nació La Pola. Su grupo insignia fue Boranda, integrado por jóvenes figuras que manejaban un repertorio y un formato novedoso catalogados dentro del jazz eléctrico. Juan Vicente Zambrano, Bernardo Ossa, Alejo Restrepo, Antonio Arnedo, Lisandro Zapata, Satoshi Takeishi y Gustavo Gallo, noche a noche, interpretaban rigurosa y escrupulosamente temas de Chick Corea y Herbie Hancock, así como algunos de su propia cosecha.
Diez años después del surgimiento en firme de la movida jazzística en Bogotá, su precursor Armando Manrique asociado con Álvaro Ruiz, Nick Camelo y Javier Aguilera abrió las puertas del Jazz Bar 93. Era un semisótano en el  Centro 93 con capacidad para cine personas. Diseñado con el mismo criterio del Hippocampus, fue un éxito rotundo. A pesar de la súbita e inesperada muerte de Manrique, el Jazz Bar 93 continuo funcionando durante cinco años gracias a pianistas como Pacho Sánchez, Guy Durossier, Juan Vicente Zambrano, Joe Madrid, Edy Martínez y Edgardo Bossio, quienes por temporadas ocuparon el lugar que dejo vacio el “gordo” Manrique.
En el sector de la calle 82, antes de que se convirtiera en la ruidosa Zona Rosa, Kant Biswell decidió montar el Café del Jazz a mediados de 1986. El grupo, en formato de sexteto, trabajo un repertorio de standards y latín jazz. El café, con un aforo de 80 personas, llegaba al tope de su capacidad casi todas las noches. En su calidad de guitarrista y propietario, Biswell compartió escenario con los pianistas Mario Henriquez y Joe Madrid, los saxofonistas Jaime Rodríguez y Michael Hornstein, los bajistas Armando Escobar, Memo Urbano, Fabio Gómez y Cesar Críales, los bateristas René Rodríguez, Germán Chavarriaga y Javier Aguilera y siempre como conguero, Gustavo Gallo. Cada noche se armaban jams en los que participaban experimentados músicos locales y foráneos y jóvenes instrumentistas que encontraban la ocasión de poner en práctica sus conocimientos recién adquiridos.

Entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 1993, en un local ubicado en el costado occidental de la Autopista Norte frente al monumento Los Héroes, Javier Aguilera puso a funcionar Zanzíbar, reiterando un viejo pero efectivo criterio: el trió de jazz rodeado por una barra, sin pista de baile. Armando Escobar y Javier Aguilera, fueron la base para pianistas como Jorge Guarín, Luis Felipe Basto, Arty López, Oscar Acevedo y Diego Moris. El trió de planta generalmente mutaba a cuarteto, quinteto o sexteto de acuerdo con el numero de músicos que arribaban cada noche. Estas situaciones fueron la causa de su corta vida, pues los interminables solos y las frenéticas ovaciones del público despertaban a los vecinos quienes no dudaron en instaurar una querella. Con Zanzíbar se cerró un primer ciclo durante el cual los jazzistas y jazzófilos tuvieron la oportunidad de disfrutar de jazz en vivo, todas las noches, en la ciudad de Bogotá.